miércoles, 30 de mayo de 2018

El precio de los tratamientos contra el cáncer se ha duplicado en sólo 10 años

Según denuncia la campaña No es Sano, se debe a un sistema de propiedad intelectual "que deja en manos de las compañías farmacéuticas la fijación de los precios de los fármacos" y a un marco regulatorio "poco transparente que beneficia a la industria en detrimento del interés público".


El precio de los medicamentos oncológicos se ha duplicado en diez años alcanzando cifras "inasumibles" para el sistema sanitario. Según el informe "Los medicamentos para el cáncer: altos precios y desigualdad, que publica la campaña No es Sano", la industria farmacéutica se está beneficiando de estos medicamentos desarrollados con una importante inversión pública.

Esta situación se debe a un sistema de propiedad intelectual "que deja en manos de las compañías farmacéuticas la fijación de los precios de los fármacos" y a un marco regulatorio "poco transparente que beneficia a la industria en detrimento del interés público".

Según revela el informe citado, la industria fija los precios arbitrariamente, en función de la capacidad del mercado de cada país. Las negociaciones con las administraciones públicas están sujetas a acuerdos de confidencialidad que impiden hacer público cuánto se paga por los medicamentos

En España no es posible acceder a los acuerdos entre el Gobierno y la industria y, además, el peso presupuestario recae sobre las comunidades autónomas. Por ello, los precios de los fármacos son diferentes entre regiones y hospitales.

La falta de transparencia y la posibilidad de regular los precios que tienen las farmacéuticas "pone en peligro los recursos finitos del sistema sanitario y obligando a recortar de otras partidas muy necesarias".

En España, algunas de las terapias más empleadas para tratar tumores alcanzan hasta los 100.000 euros por paciente al año. Unos precios "inasumibles" para el sistema sanitario, sobre todo teniendo en cuenta que cada vez es mayor el número de casos diagnosticados.

El informe analiza cuatro fármacos en concreto que generan "enormes ingresos" a las compañías que los comercializan y que han contado con una importante inversión pública en su fase de desarrollo. 

Uno de ellos es el trastuzumab, para cáncer de mama, cuya investigación fue apoyada en gran parte por filántropos y fundaciones y casi el 50% de los ensayos clínicos se realizaron con presupuesto de universidades, centros de investigación o fundaciones sin ánimo de lucro. 

Ante esto, la Plataforma ha propuesto una bajada en los precios de los medicamentos y que estos se fijen a partir de los costes reales de investigación y producción, conocer el precio real de los medicamentos y transparencia en las negociaciones con la industria farmacéutica.


Fuente: www.publico.es
Fotografía: twitter.com
Vídeo: #NoslaJuegan  www.youtube.com



martes, 22 de mayo de 2018

Goldman Sachs se cuestiona la rentabilidad de curar a personas enfermas

Goldman Sachs tiene un consejo para las empresas de biotecnología: curar a los pacientes puede frenar en seco su negocio. De hecho, los analistas del banco estadounidense lanzan una pregunta directa. “¿Es la curación de los pacientes un modelo comercial sostenible?”. De esta manera, se han dirigido los expertos en un informe del pasado 10 de abril titulado “La revolución del genoma” donde se abordan los problemas del mercado.


La pregunta no está planteada porque sí. Los últimos movimientos del sector le sirven de ejemplo a Goldman Sachs para advertir de los riesgos. En su informe, el analista Salveen Richter no ha pasado por alto la trayectoria reciente de Gilead Sciences, la farmacéutica del tratamiento para la hepatitis C. Las ventas de la multinacional en EEUU alcanzaron un máximo de 12.500 millones de dólares en 2015… pero desde que se ha empezado a curar a los pacientes, las ventas de la compañía han ido en picado, así como que han aparecido los golpes de Wall Street.

La paradoja de Gilead le llama la atención a Goldman Sachs: “Es un buen ejemplo. El éxito de su franquicia con la hepatitis C ha agotado gradualmente el grupo de pacientes tratables”. En este sentido, el analista ha calculado que las ventas de la compañía en EEUU de estos tratamientos estarán por debajo de los 4.000 millones de dólares en este año. Es más, los expertos de la entidad de Wall Street han hecho hincapié en otro de los problemas que tiene la farmacéutica.

“En el caso de enfermedades infecciosas como la hepatitis C, curar a los pacientes también disminuye el número de portadores capaces de transmitir el virus a nuevos pacientes, por lo que el grupo de incidentes también disminuye... Donde un grupo de incidentes permanece estable (por ejemplo, en cáncer) el potencial para curar plantea menos riesgos para la sostenibilidad de una franquicia”, han sostenido desde Goldman Sachs.

De hecho, el analista Ritcher no obvia que “ofrecer ‘remedios únicos’ es uno de los aspectos más atractivos” para los profesionales. “Sin embargo”, tal y como ha matizado el empleado de Goldman Sachs, el bolsillo (“los ingresos”) no coincide plenamente con esta visión. “Si bien esta propuesta tiene un enorme valor para los pacientes y la sociedad, podría representar un desafío para el negocio de las compañías que se dedican a la investigación del genoma”, ha completado.

Las soluciones de Goldman Sachs

Por ello, el informe, como ha recogido la CNBC estadounidense, Goldman Sachs ha sugerido tres soluciones para el sector. La primera de todas pasaría por centrar su negocio hacia los grandes mercados como, por ejemplo, el de la hemofilia que “crece a un 6-7% anual”. La segunda de estas salidas gira en torno a atender a los pacientes que sufren “trastornos con alta incidencia”, es decir, que pueden sufrir graves problemas como el “caminar, comer o respirar”.

Y, por último, la tercera solución apuesta por la “innovación constante” y ampliar el nicho de mercado. “Hay cientos de enfermedades retinianas heredadas”, ha recordado Ritcher. Así, ha aconsejado que las compañías del sector que no dejen a un lado “el ritmo de la innovación” que “jugará un papel” determinante para “compensar” los problemas del negocio.


Fuente: www.elboletin.com
Fotografía: www.elconfidencial.com

lunes, 14 de mayo de 2018

Brecha de género: la atención de las personas mayores y dependientes recae en las mujeres

Los Directores y Gerentes de Servicios Sociales piden que se mida el impacto de este desequilibrio de género entre quienes se ocupan de la atención.

Cuando toca atender a quienes no pueden valerse por sí mismos y las ayudas públicas escasean, gran parte de los cuidadores abandona su trabajo o reduce su jornada a la mitad. En España hay 278.100 personas con un empleo a tiempo parcial para poder atender a personas dependientes, una cifra de la que el 95 %, es decir 263.900, son mujeres, frente a tan solo 14.100 hombres, el 5 %. Y más de la mitad de ellas denuncia la falta de servicios adecuados para la atención a personas dependientes (niños, adultos, enfermos, personas con discapacidad, entre otras) o que no pueden costearlos.

Así lo refleja una submuestra de la EPA, difundida este jueves por el INE con datos de 2017, un año en el que el empleo a tiempo parcial para cuidar a personas dependientes se redujo un 1% frente al ejercicio anterior.

Y, aunque sigue sin evaluarse, el impacto negativo que puede estar teniendo la feminización de los cuidados en la medida en que no son una libre elección y que las cuidadoras familiares han perdido el apoyo que conllevaban las cotizaciones a la Seguridad Social.

En el último análisis publicado por el Observatorio Estatal de la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, se asegura y denuncia que el sector de atención a la dependencia está fuertemente feminizado (casi nueve de cada diez personas empleadas en actividades de servicios sociales en España son mujeres).

En su caso, las limitaciones para elegir, según denuncia la Asociación, producen un fuerte impacto, "negativo", de género que en su opinión demuestran dos hechos que considera "incontestables". Muchas mujeres se convierten en cuidadoras por imposición económica y social. "La fuerza de trabajo potencial (muy feminizada) que se está derivando a los cuidados sin cobertura ni consideración es enorme", denuncian los Directores y Gerentes de Servicios Sociales. Y la organización remacha: "Los hombres no asumen equitativamente el papel cuidadores, lo que redunda en una asignación discriminatoria de las funciones de cuidado retroalimentando la desigualdad".

La dependencia es femenina. Casi un tercero de los dependientes son mujeres (65%), del total de 1.264.951 personas tienen reconocida su situación de dependencia al finalizar 2017, 51.018 más que en 2018. El sistema 954.831 personas son atendidos. El 72,2% son pensionistas (+ de 65 años) y más de la mitad (54,6%) tiene más de 80 años.

En datos del Ministerio de Sanidad e Igualdad, tres de cada cuatro cuidadores principales son mujeres. El perfil del cuidador principal es una mujer de entre 45 y 64 años que reside en el mismo hogar donde presta los cuidados. Las personas que prestan los cuidados sienten dificultades para desempeñar sus tareas. 

El disfrute masculino de excedencias orientadas al cuidado de familiares, que se sitúa en torno al 15% para el conjunto del Estado, si bien es mayor que el referido a la excedencias para el cuidado de hijos e hijas (4,5%), denota asimismo una distribución de las responsabilidades reproductivas aún muy desigual, en datos y valoración de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración.

La asociación que preside José Manuel Ramírez considera necesario elaborar "un profundo análisis desde una perspectiva de género" que preste especial atención a "la gestión de los cuidados en el entorno familiar", comprobando si en el desarrollo de la Ley 39/2006 se están teniendo en cuenta las necesidades específicas de las mujeres cuidadoras, tanto profesionales como no profesionales, o por el contrario, "si se están reforzando los clásicos roles del sistema patriarcal".


Fuente: www.lainformacion.com
Fotografía: http://humanizandoloscuidadosintensivos.com/

martes, 8 de mayo de 2018

La CEOE solicita el control para gestionar las bajas ocasionadas por contingencias comunes

La nueva ley de mutuas amenaza con dotar a los empresarios de más herramientas para el disciplinamiento de las personas trabajadoras.

El aprovechamiento de la burocratización de la gestión de la incapacidad temporal como excusa para transferir competencias a las mutuas de trabajo es una amenaza.


La relación entre empleo y salud es un constante entorno de batalla, no solo por la influencia de las condiciones laborales en la salud o por la capacidad del empleo de ser más un determinante de enfermedad que un activo para la salud, sino también porque el sistema sanitario desempeña un papel de validador del estado de las personas trabajadoras de poder desempeñar sus puestos de trabajo.

En este conflicto salud-empleo uno de los puntos calientes es el de las incapacidades temporales (también conocidas como “la baja”). Con frecuencia tenemos que leer en los medios de comunicación frases como que “Más de 880.000 trabajadores no acuden a su puesto de trabajo ningún día del año” (cambiaron el titular por uno menos lamentable cuando se les afeó el mismo) y se trata de dibujar una imagen según la cual el fraude en relación con el absentismo laboral por causa de enfermedad es una generalidad. Como comentamos en un artículo publicado en Diagonal hace unos años:

“El intento de fraude por parte de personas que intentan alargar procesos de incapacidad temporal estando en condiciones de trabajar existe, como existen las presiones por parte del jefe/empresario/cargo-superior/comoloquierasllamar para que se acuda al puesto de trabajo no estando la persona trabajadora en condiciones de salud para ello. El absentismo y el presentismo deberían ser partes complementarias del análisis, pero habitualmente con lo que nos encontramos es con análisis que vinculan la ausencia del puesto de trabajo con la pérdida de productividad y loquesea (inserte aquí la vinculación trabajo-mercado que más le satisfaga).”

En un país en el que los aumentos de mortalidad por accidente de trabajo ocupan tímidos espacios en prensa y nulos espacios de actualidad política llama la atención que podamos leer más noticias sobre supuestos fraudes relacionados con el absentismo o sobre la repercusión del absentismo laboral para la productividad nacional que sobre los efectos de las condiciones de trabajo sobre los cuerpos y las vidas de las personas trabajadoras.

En los últimos años las mutuas de trabajo (a las que podríamos denominar, sin mucho temor a errar, el brazo sanitario del empleador) han ganado terreno en el control de las bajas, especialmente en lo relacionado con las bajas por contingencias profesionales (accidentes de trabajo y enfermedades profesionales), sin embargo eso parece ser insuficiente de cara a la CEOE, que recientemente solicitaba al gobierno una mayor capacidad de control por parte de las mutuas para las bajas ocasionadas por contingencias comunes, especialmente las relacionadas con patologías traumatológicas y trastornos psiquiátricos “menores”, dado que son las que mayor peso ocupan dentro de las bajas en nuestro país.

Las mutuas, para entendernos, vendrían a ser las entidades que velan porque el trabajador se ausente de su puesto de trabajo lo menos posible; es decir, son entidades directamente relacionadas con el empleador; su mayor protagonismo en la gestión de las bajas de los trabajadores comenzó por un ejercicio de neolengua, cuando pasaron de denominarse “Mutuas de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales” a adoptar un nombre más propio de nuestros opacos tiempos “Mutuas colaboradoras con la seguridad social”.

Ahora nos encontramos a las puertas de la publicación de una Ley de Mutuas que probablemente ahonde en esta vía, la de transferir el control de las bajas desde los servicios públicos de salud a las mutuas de trabajo. Es decir, transferir el control de las bajas de un proveedor sanitario (el médico de familia) cuyo único interés era el de la recuperación del profesional en virtud de la mejoría de su salud a otro proveedor (la mutua) que tiene variados incentivos para acelerar la incorporación de los trabajadores a sus puestos de trabajo —así como para no reconocer como contingencias laborales multitud de procesos que sí lo son y para cuyo reconocimiento enredan a los trabajadores en procesos complejos de reclamaciones—.

La gestión de la incapacidad temporal es una herramienta que tienen los médicos de familia para velar por la salud del paciente; una herramienta, eso sí, que debería desburocratizarse. Lo que supone una amenaza, no ya tanto para el ámbito competencial de la medicina de familia sino sobre todo para la salud de las personas trabajadoras, es el aprovechamiento de la burocratización de la gestión de la incapacidad temporal como excusa para transferir competencias a las mutuas de trabajo.

Podemos afirmar que las mayores vulneraciones sobre la salud de la población se están jugando en terrenos que no son el sanitario, especialmente en el ámbito del empleo: el mayor ataque fue la recuperación del concepto de “asegurado” y su vinculación al desempeño laboral para la obtención del derecho a la asistencia sanitaria (una vez más, la centralidad del empleo como llave al derecho a tener derechos) y ahora con el desplazamiento del papel de la sanidad pública en la gestión de las bajas laborales y el crecimiento del protagonismo de entidades vinculadas al empresario.

Es preciso incluir una mirada de determinantes sociales de salud no solo en las políticas públicas sino también en las exigencias y propuestas que se enarbolan desde los movimientos en defensa de la salud, porque es más allá de la sanidad donde se libra no solo la salud sino también los ataques a la misma.

Una buena guía de hacia dónde dirigir nuestros horizontes en el ámbito de las condiciones laborales y la salud lo podemos encontrar en este párrafo del libro “Salubrismo o Barbarie”:

“La Organización Mundial de la Salud plantea tres ejes fundamentales en los que se debe actuar para disminuir las desigualdades sociales en salud (y las condiciones laborales son un eje de creciente importancia al hablar de estas desigualdades): (I) mejorar las condiciones de vida, (II) cambiar las relaciones de poder y (III) medir la situación actual y evaluar las políticas que se implanten para corregir la situación.

En el ámbito de la precariedad y su relación con la salud (especialmente si tenemos en cuenta lo comentado con anterioridad en relación al rol de la falta de control y decisión como determinante del empeoramiento de la salud ligado a la precariedad) podríamos reformular estos aspectos de la siguiente manera: (I) mejorar las condiciones de trabajo y los derechos de las personas trabajadoras, (II) reforzar el papel de las personas trabajadoras en las relaciones laborales, prestando especial atención a las personas con menos derechos dentro del panorama laboral y (III) evaluar las condiciones reales de trabajo impulsando un mayor peso de las inspecciones y habilitando/mejorando las vías de comunicación anónimas para que las personas trabajadoras puedan denunciar condiciones precarizadoras fuera del marco de la legislación vigente”.  



Fuente: www.elsaltodiario.com
Fotografía: www.larazon.es

miércoles, 2 de mayo de 2018

El cáncer como un factor de precariedad, vulnerabilidad económica y social

Un estudio de la AECC muestra la otra cara de la enfermedad, la de su impacto económico y la que lleva a los pacientes a situaciones de pobreza. Se calcula que cada año unas 25.000 personas con cáncer se encuentran en riesgo de exclusión social a causa de su diagnóstico.

Ser autónomo, estar en desempleo o cobrar menos del salario mínimo… y tener cáncer. Si en una situación precaria se intenta sobrevivir al día, con la llegada de la enfermedad vivir es una meta el doble de complicada. Son personas que sufren el proceso del cáncer, sus tratamientos y su recuperación trabajando como pueden o, en otros casos, sin poder hacerlo. El cáncer siempre supone un antes y un después, pero para las personas en esta situación es un salto al vacío rotundo.

Unas 11.000 personas trabajadoras por cuenta propia son diagnosticadas de cáncer, de las cuales más del 80%, al cotizar por la base mínima, sobrevive con tan solo 395 € durante su baja laboral, según un estudio de la Asociación Española contra el Cáncer. También indica que cada año, 9.832 pacientes se encuentran en situación de desempleo, y más de la mitad no recibe ninguna prestación económica. 3.744 pacientes con cáncer viven con menos de 710 € al mes que pueden ser, en muchos casos, el único ingreso de la familia. De estos, el 90.98% son mujeres.

Desde publico.es hablamos con tres pacientes que superaron la enfermedad en circunstancias laborales difíciles y con crisis, donde el cáncer supuso una pausa tan contundente en sus carreras que volver al trabajo suponía un esfuerzo imposible.


Begoña Gozalbes: “Empiezas de cero y vuelves a un mundo laboral que no es el mundo que dejaste”

Begoña recuerda perfectamente la fecha: el 23 de junio de 2012. Por entonces su vida era frenética, como autónoma empresaria en plena crisis, a la captura de clientes y echando horas sin parar para mantener a los que ya tenía: “En ese momento no escuchas el cuerpo, aunque sabes que no va bien. Estás más cansada, pero lo atribuyes a que cuando trabajas como autónoma eres, además de tu trabajo principal, el gestor, el community manager y todo lo que sea preciso. Si te duele algo no lo atiendes porque tiene prioridad el seguir adelante”, reconoce Begoña.

Tuvo que llegar ese día 23 de junio para, después de almorzar, se encontrase mal. “Vomité, pero yo misma le dije a mis amigos que era normal, producto del estrés y la ansiedad”, lamenta ahora. Al día siguiente no se podía levantar, con fuerte dolores abdominales, y al tercer día fue a urgencias. Estuvo desde las 9 de la noche hasta las 5 de la mañana. En principio no encontraron nada, pero cuando le hicieron la ecografía ya le indicaron que no saldría del hospital. “Yo recuerdo que comenté una molestia en los ovarios, pero la doctora, sin decirme diagnóstico, ya me avisó que no era de ahí”. Ingresó el día 26 en el hospital, le hicieron multitud de pruebas y el 6 de junio tuvo la confirmación: cáncer de colon. Tras saberlo, lo primero que respondió fue: “Y ahora, ¿qué tenemos qué hacer?”. “Supongo que fue una reacción porque no te puedes parar, tu mente está entrenada para no parar. Yo no era consciente de lo que era tener un cáncer. Yo les decía a los clientes que me operaba en agosto de un tumor y que en octubre pondría en marcha su proyecto. No era consciente de que la vida se para”, asume ahora Begoña.

Tardó dos años en volver a trabajar porque pasó dos veces por quirófano, más una depresión una vez superada la enfermedad. “O lloras cuando te enteras, que yo apenas lo hice, o lloras cuando lo superas y hay que retomar la vida. Yo, de septiembre a diciembre de 2013 me lo pasé llorando e intentando volver a trabajar. Empiezas de cero y vuelves a un mundo laboral que no es el mundo que dejaste”. 

Se tuvo que dar de baja de autónomo. Al no tener ingresos, adquirió deudas y recuerda que en su cuarta quimio tuvo hasta que firmar la dación en pago de su vivienda. “Si no fuese por la Seguridad Social que tenemos estaría muerta, estoy viva porque ella me ha curado. El día a día me lo pagaba todo mi familia porque mis ingresos eran cero”.

Hablamos de la diferencia de afrontar una enfermedad en un trabajo por cuenta propia y cuenta ajena: “Quien tiene un trabajo normal sigue cobrando y puede volver a su puesto de trabajo, pero de autónomo no tienes solo el reto de vivir por la enfermedad sino de sobrevivir, y económicamente te quedas sin nada”, denuncia. Tras los tres meses de duelo, empezó a reconstruirse. Fue a congresos y conferencias, empezó a buscar los primeros clientes y escribió un artículo, “Crujir el alma”, donde contaba que su vida acabó guardada en cajas, en un habitáculo de 6 metros cuadrados, cuando su cuerpo ni siquiera le ayudaba a levantar una hoja. Dice que escribir ese artículo la curó, en parte. Confiesa que con cada revisión el cuerpo se altera, y que cada día todo enfermo de cáncer piensa en la angustia de si volverá la enfermedad. O si se habrá ido para siempre y no perderá más su vida.


Mar Carpena: “Quieres lo mejor para ti y cuidarte, pero no puedes, ¿con qué dinero?”

La revista donde Mar trabajaba cerró en 2008. Desde entonces hizo varias colaboraciones en prensa hasta que consiguió un trabajo en una agencia de comunicación de una multinacional, pero he aquí la condición: ser falso autónomo. Mar acudía a su trabajo como alguien de plantilla, de lunes a viernes. En 2010 notó molestias en su abdomen. Los médicos decían que eran gases, hasta que un día, doblada de dolor, entró por urgencias y ya se quedó en el hospital. Con 38 años le detectaron un cáncer de colon.

“Claro que pensé en mi trabajo y, como tenía mis jornadas normales, creía que durante la enfermedad me protegería algún derecho. Me operaron y con el mismo parte médico del ingreso, el martes fue mi chico a la empresa. Y por correo les remitimos el resto de los partes de baja”, comenta. Pero la sorpresa vendría después. Ese mes de baja no lo cobró, así que llamó a la empresa, les comunicó que ya tenía el alta y preguntó si podía trabajar desde casa una semana. La respuesta: “Tú ya no trabajas aquí”.

Mar se encuentra sin opción a paro y sin trabajo. “Lo viví muy mal porque se generó una doble angustia. La primera era salir del cáncer y la segunda era ver que las sumas no alcanzaban para el alquiler ni el resto de los gastos. Y trabajar, mentalmente, me hubiese servido de ayuda, aún faltando los días de quimio”. Se sentía enferma y se dejó de sentir útil, inserta en el aislamiento de las quimioterapias. “Recuerdo que, por entonces, mi pareja no tenía una estabilidad económica y que había unos parches cicatrizantes que no me pude comprar. También cuando mis padres me prestaban dinero o esa preocupación cuando los médicos te dicen que comas mejor. Quieres lo mejor para ti y cuidarte, pero no puedes, ¿con qué dinero? Igual que las cosas de la casa, que las hacía todas mi pareja”.

Le faltaba un ciclo de quimio para terminar cuando le detectan al año un cáncer de mama. Vendría la radioterapia y más debilidad a su cuerpo. “Fue un mazazo, convencidísima de que tras el primer año de cáncer me incorporaría al trabajo, el segundo cáncer me lo impedía aún más.” En aquel tiempo la Mar que todos conocían intentaba vivir. La suya, la interior, se sentía a veces como un zombie. 

Tras el cáncer de 2010 y el de 2011, en 2012 le detectan un cáncer de tiroides. Le mandaron quimioterapia de pastillas y Mar no quería esperar más, aunque su cuerpo ya no era el mismo. “Tenía miedo a las entrevistas de trabajo. Era el miedo del cáncer y el miedo a que te rechacen porque ¿quién iba a contratar a alguien que sabe que faltaría cada tres meses para las revisiones? Y también me preguntaban qué había hecho en esos años, por qué había un parón laboral. Al principio mentía. Luego, ya decía la verdad, no quería esconderme”.

Con todas sus fuerzas consiguió un trabajo temporal de jefa de prensa de un evento. “Fue oxígeno, la mejor medicina. La otra me mantuvo viva pero esta me hizo volver a ser yo. A nivel profesional yo no era nadie”, admite. Comenta que subió su nivel de autoexigencia, que quería demostrar que aquel parón no era nada en su carrera. “Quería que vieran que era buena profesional y que estaba sana. Que iría a trabajar y a echar más horas que nadie, y si todo el mundo estaba cansado, yo diría que no. El cáncer volvió mi vida más precaria y, sin ayuda de todos los que estuvieron, hubiese tenido que dejar mi piso y a saber qué hubiese sido de mí”.


Eva Álvarez: “El cáncer precarizó mi vida al 100%”

En un hotel Radisson de Irlanda trabajaba Eva, en el año 2004. “Recuerdo que por ser extranjera me dieron como un bono social para una limpieza de boca gratis y una revisión ginecológica”. En la citología, menciona que sangró. Se lo echó a humor, dadas las circunstancias, pero no sabía que aquello era el primer síntoma de la enfermedad. La llamaron del hospital a los pocos días y recuerda que, al entrar en la consulta, junto al médico, había dos enfermeras que sostenían una caja de pañuelos. “Tienes cáncer de cérvix”, le dijo. Pidió quedarse un rato a solas y lloró. Le explicaron que este cáncer era muy agresivo pero muy lento. Tras la biopsia, le advirtieron sobre la operación.

Hizo las maletas corriendo, entre las lágrimas que sus compañeros de piso no sabían cómo consolar, y dejó su trabajo. De operarse, era en España. “Yo estaba acojonada de miedo. Yo estaba a 2000 kilómetros a mi familia. Sólo quería volver a casa”. A las pocas semanas, la operan en el hospital Virgen del Rocío en Sevilla. Y le hacen una histerectomía completa. Le aconsejaron que, para recuperarse antes, tenía que caminar pero “me salió una úlcera en el talón brutal y fue un posoperatorio muy molesto, donde engordé casi diez kilos por no poder moverme. Me decían en la calle…. ¿pero estás embarazada? Era horrible”.

Pero para ella, una mujer independiente, aquel estado físico no era lo peor. “Yo venía de Irlanda muy bien, pero aquí me empecé a sentir perdida, no sabía qué hacer. Necesité un psicólogo porque tuve que vivir en casa de mi madre de nuevo. No por ella, que es un cielo, sino el hecho de no tener mi vida, porque ya no tenía nada. Y, por el tipo de cáncer que es incluso me sentía culpable”.

Durante un año acudía, cada tres meses, a sus revisiones con el oncólogo. Y, a la vez, intentó buscar trabajo. Tampoco se sentía bien físicamente, así que solo pudo afrontar trabajos de fines de semana, sin cotización, en bares. “Recuerdo que aquella época vivía amargada, el cáncer precarizó mi vida el 100%. No sé en Irlanda qué hubiese sido de mí, pero lo de ahora no era lo mío, se acabó mi sustento económico propio y el cáncer me mandó a empezar de cero. Fue muy difícil”. Esa fue su situación de 2005 a 2007, cuando vuelve a trabajar en varios hoteles en Ronda, hasta que encuentra la que pensaba que sería la mejor oferta posible: trabajar de administrativa en una empresa de madera, Polanco. “No era tan duro como la hostelería, mejor horario y valoraban mis idiomas. Aquellos primeros seis meses fueron estupendos… Y de pronto se hundió, fue de las primeras empresas en hundirse durante la crisis. A los seis meses estaba en la calle.”

Regresó a la hostelería y se encontró con la misma situación. Hoteles que cerraban, o cuando le respondían que su trabajo lo haría otra persona. Pidió el paro, luego la ayuda…. y se agotó. Ahora está de cuidadora con un contrato de limpiadora, de 50 horas semanales, cobrando 700 euros. Fue al ginecólogo del 29 de enero, “y mi virus se ha vuelto a activar. En verdad nunca muere, lo que se queda es latente, y se ha activado otra vez. Me mandaron una crema vaginal que la Seguridad Social no la cubre, Papilocare, que son 22 euros a la semana”. Dice que las cuentas no le salen entre los 250 euros de piso, la luz, el agua, el coche, el seguro, la comida… Y añade que además de ser más pobre, queda el miedo del cáncer y que, “ante cada analítica, siga temblando”. 


Fuente: www.publico.es
Fotografías: 
                Lupa: www.elboletin.com
                Estadística diagnósticos y riesgo de exclusión: politica.elpais.com y AECC